Yo no sé ustedes, pero personalmente me encuentro ligeramente decepcionado. Año 2014, me asomo a la ventana y observo varias cosas que no me cuadran, en la calle los coches no vuelan, sigo andando con mis dos piernas, sigo en el mismo planeta en el que crecí ¿Qué ha pasado? En la escuela sigo viendo las pizarras verdes, ahora las pizarras tienen unos tratamientos para que la luz del atardecer no deje ver a los alumnos, pero poco más. Puedo ver proyectores colgados del techo, una clara evolución del antiguo CRT que, celosamente se escondía en la sala de profesores a la espera de cualquier día para recordar. Mis exámenes, pese a infructuosos experimentos online, siguen siendo en papel, y, pese a que tomo notas en (cada vez más) pequeños milagros de la tecnología, todo sigue siendo un poco igual. Y es maravilloso.
Creo fervientemente que existen dos tipos de revoluciones; aquellas revoluciones que lo cambian todo de un día para otro, un suceso, una acción, un proceso que nos abre los ojos y permite respirar un poco de aire fuera de la caverna, y aquellas que se realizan poco a poco, de forma silenciosa, de forma invisible. Debo reconocer que no me sorprende en demasié las diferentes visiones que he presenciado de esta, llamada, revolución en la educación, por un simple motivo: analizamos, observamos y cuando llegamos a una conclusión vivimos en el pasado. En el monólogo desarrollado por César Javier Coll he observado que se nos demuestra que vivimos constantemente afectados por “la maldición del investigador” por la cual miramos a todos lados buscando una solución cuando la tenemos en frente nuestra. César no pudo comenzar mejor su presentación que indicando que el motor que siempre ha movido al mundo ha sido la información, final del camino cuya corriente es la comunicación, que es donde parece que, poco a poco y no sin haber dado mil tumbos con anterioridad, se dirigen, no sólo los desarrollos encauzados a la investigación de las TIC en cualquier ámbito, sino también en el dirigido a la base de toda sociedad, la educación.
Y, en parte, me refiero a las voces que, desde siempre han categorizado todos y cada uno de los momentos de la humanidad que, faltos de una originalidad que me sorprende, nos llaman “la sociedad de la información” no como si antes no hubiese sido importante, pero sí como si actualmente fuese más importante que en el pasado, tal y como he deducido de las declaraciones que César hace en relación al impacto de las TIC en la educación escolar. César nos insta a reflexionar un momento en el acrónimo TIC, Tecnologías de la Información y la Comunicación, concepto que aúna varias definiciones que nos llevan a pensar en productos que surgieron desde hace 50 o 60 años y que parecen que están cambiando el mundo. En mi opinión todos estos productos no son más que mejoras que existen desde que el primero de nosotros tuvo la necesidad de comunicar algo a alguien. No creo que hablar de las Tecnologías de la Información y la Comunicación sea motivo para analizar un presente, que desde siempre ha sido una extensión del pasado, y hablar de un futuro del cual deberíamos haber aprendido que no sabemos nada, que es imprevisible desde que tenemos constancia de él y del cual no debemos esperar nada, sino ir hacia él de la única forma que sabemos, con los ojos bien abiertos. Mañana continuaremos con la parte 2 de mi reflexión. Puedes dejarme tus comentarios sobre mi reflexión y seguirme en Twitter: @PabloGuija
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